Inés y Plutarco en Puerta del Sol. |
Por Inés María Schwalbe. Estoy ya una semana en esta ciudad y me siento enormemente bendecida por estar en ella. Recorro una calle y me encuentro con una tienda suspendida en el tiempo, una en la que se imprimen y encuadernan libros de manera artesanal. Una en la que trabajan gente vieja, gente que en el mercado laboral de este mundo competitivo es desechada. Entro, les saludo emocionada y les felicito. Me regalan una galleta y me siento feliz de saber que en esta ciudad se encuentran lugares en los que se siguen haciendo cosas a la antigua, con cuidado, sin prisas, usando las manos que acarician con cariño mientras crean.
Me subo al metro y veo a gente leyendo a Pessoa, a Dickens, a Dawkins. Entro en una iglesia y veo los contornos de los cuerpos de hombres y mujeres rezando, la misma contextura y estatura de los que llenaban las iglesias de mis recuerdos. Rezo con ellos y siento a mi madre en el pecho. Salgo a las calles atestadas de gente de toda edad que pasea mirando las luces de Navidad y los pesebres que han construido en las vitrinas. Gente que pasea, gente que no compra; los delata la ausencia de fundas en sus manos. Todo me sabe a fiesta, a familia y a tradición.
Me subo al metro y veo a gente leyendo a Pessoa, a Dickens, a Dawkins. Entro en una iglesia y veo los contornos de los cuerpos de hombres y mujeres rezando, la misma contextura y estatura de los que llenaban las iglesias de mis recuerdos. Rezo con ellos y siento a mi madre en el pecho. Salgo a las calles atestadas de gente de toda edad que pasea mirando las luces de Navidad y los pesebres que han construido en las vitrinas. Gente que pasea, gente que no compra; los delata la ausencia de fundas en sus manos. Todo me sabe a fiesta, a familia y a tradición.