¿El humor ofensivo de Charlie Hebdo es
necesario? Por Gonzalo
Frasca CNN
Mi familia materna es francesa y desde hace décadas leo a varios
de los dibujantes asesinados este miércoles en París. Cuento entre mis colegas
a dibujantes y humoristas. He creado videojuegos que caricaturizan temas
políticos como el terrorismo. Por todo eso siento tan cerca el impacto de las
balas que acribillaron a Charlie Hebdo.
He leído en redes varios comentarios de estadounidenses,
espantados por la masacre pero a la vez indignados por el tono racista de las
bromas del semanario francés. También me he encontrado con varios textos que
proclaman “Yo No Soy Charlie”, pues consideran que los dibujantes hacían bromas
muy duras y ofensivas sobre las creencias de millones.
Creo que somos testigos de algo parecido a un choque de
civilizaciones, pero no se trata del Islam y Occidente. Más bien, estamos en un
momento bisagra en Occidente entre la hegemonía cultural francesa y la
estadounidense.
A partir del período de la Ilustración, Francia dominó el campo de
las ideas y de la cultura occidental, dando nacimiento ideológico –entre muchas
otras cosas– a los Estados Unidos de América. Pero desde finales de los años
sesenta, es justamente Estados Unidos quien la desplazó, tomando la antorcha
ideológica y cultural del planeta.
Charlie Hebdo es hija del 'Siglo de las Luces' francés, de la
defensa de las ideas ante todo, por más ofensivas que puedan ser. El actual
discurso de la cultura estadounidense proclama la coexistencia pacífica, el no
ofender al vecino con la esperanza de vivir en paz. Aclaro que hablo de un discurso
ideológico; no me refiero a lo que hace el gobierno de Estados Unidos, que es
distinto.
Es lo que llamamos ser políticamente correctos, una estrategia que
Estados Unidos necesitó para lidiar con su diversidad y sus conflictos raciales
internos y que ahora ofrece como receta para convivir en un mundo que se
globalizó de golpe.
Para la mayoría de nosotros es difícil entender a los dibujantes de Charlie Hebdo: ¿por qué buscar ofender? ¿Por qué burlarse de lo que para otros es sagrado? ¿Por qué provocar a los extremistas islámicos si sabían que podían reaccionar con violencia? Como lector de su publicación y de sus bromas, creo que lo hacían porque estaban convencidos de una verdad: no se puede convivir con fanáticos irracionales.
En la visión del semanario francés, la tolerancia políticamente
correcta es como intentar convivir con un esposo golpeador. Es creer que el
esposo es naturalmente bueno, pero sólo golpea cuando se lo provoca. Es
convencerse de que la culpa no es del violento sino de la víctima. Es creer que
si nos portamos bien, nada malo pasará. La experiencia muestra que, tarde o
temprano, el golpeador golpeará.
Podemos ser políticamente correctos y decir que los dibujos de
Charlie Hebdo eran “demasiado controvertidos”. Pero eso es lo mismo que argumentar
que el vestido de una mujer violada era “demasiado sexy”. Aquí no hay
controversia alguna: por un lado tenemos dibujos y por el otro balas asesinas.
Es cierto que hay vestidos, ideas, dibujos y textos que nos pueden
molestar y hasta ofender. Muchos dibujos de Charlie Hebdo (y de su equivalente
edulcorado estadounidense, South Park) no me hicieron gracia y varios me
indignaron. Pero las únicas alternativas civilizadas son ignorarlos o responder
en el mismo plano: escribiendo, dibujando y argumentando. Si reaccionamos con
violencia física nos convertimos en bestias. Y como dijo Buda: “quien te
enfada, te domina”.
La dificultad de convivir con el otro es parte de la naturaleza
humana. Pero en los últimos años, gracias a las redes sociales, está quedando
documentada por escrito y eso nos ayuda a ver cómo nosotros mismos reaccionamos
frente al debate y la intolerancia.
Un humorista uruguayo, Ignacio Alcuri, una vez observó que “en las
peleas en redes sociales, gana quien publica penúltimo”. Esto significa que hay
más grandeza en quien acepta abandonar una pelea que en quien insiste a toda
costa en tener razón y quedarse con la última palabra.
Quienes asesinaron a los dibujantes de Charlie Hebdo intentaron
quedarse con la última palabra de la manera más cobarde. Y al hacerlo, de
torpes e ignorantes, confirmaron que convivimos con monstruos sin sentido del
humor ni del amor.
¿Podemos convivir con fanáticos si no los provocamos? ¿O debemos
dejarlos en evidencia para tomar consciencia de su brutalidad? No es una
pregunta simple, pero coincido con Charlie Hebdo que es un problema con el que
hay que lidiar más temprano que tarde. Por eso creo que, a pesar de no
compartir muchas veces su humor, era y seguirá siendo necesario.
El proverbio dice que “la pluma es más poderosa que la espada”.
Ayer la espada fue usada cobardemente contra el lápiz. Pero al romperlo, sin
querer afiló su punta. Los dibujos que ayer intentaron borrar, hoy han sido
vistos por millones de personas de todo el planeta.
Ayer la espada fue más poderosa que la pluma. Sin embargo, a largo
plazo, el lápiz siempre es más poderoso que la goma de borrar.
Nota del Editor: Gonzalo Frasca, PhD, es diseñador,
consultor y catedrático de Videojuegos de la Universidad ORT. Ha creado juegos
para empresas como Disney, Pixar, Cartoon Network y Warner Bros. Se especializa
en juegos que comunican y educan. Recibió un Lifetime Achievement Award de la
Knight Foundation por su trabajo pionero en videojuegos periodísticos. Las
opiniones expresadas en este artículo corresponden exclusivamente a Gonzalo
Frasca.
Je ne suis pas Charlie (Yo no soy Charlie), por José Antonio Gutiérrez
Dantón
Parto aclarando antes que nada, que considero una atrocidad el
ataque a las oficinas de la revista satírica Charlie Hebdo en París y que no
creo que, en ninguna circunstancia, sea justificable convertir a un periodista,
por dudosa que sea su calidad profesional, en un objetivo militar. Lo mismo es
válido en Francia, como lo es en Colombia o en Palestina.
Tampoco me identifico
con ningún fundamentalismo, ni cristiano, ni judío, ni musulmán ni tampoco con
el bobo-secularismo afrancesado, que erige a la sagrada “République” en una
diosa. Hago estas aclaraciones necesarias pues, por más que insistan los gurús
de la alta política que en Europa vivimos en una “democracia ejemplar” con
“grandes libertades”, sabemos que el Gran Hermano nos vigila y que cualquier
discurso que se salga del libreto es castigado duramente. Pero no creo que
censurar el ataque en contra de Charlie Hebdo sea sinónimo de celebrar una
revista que es, fundamentalmente, un monumento a la intolerancia, al racismo y
a la arrogancia colonial.
Miles de personas, comprensiblemente afectadas por este atentado,
han circulado mensajes en francés diciendo “Je suis Charlie” (Yo soy Charlie),
como si este mensaje fuera el último grito en la defensa de la libertad. Pues
bien, yo no soy Charlie. No me identifico con la representación degradante y
“caricaturesca” que hace del mundo islámico, en plena época de la llamada
“Guerra contra el Terrorismo”, con toda la carga racista y colonialista que
esto conlleva. No puedo ver con buena cara esa constante agresión simbólica que
tiene como contrapartida una agresión física y real, mediante los bombardeos y
ocupaciones militares a países pertenecientes a este horizonte cultural.
Tampoco puedo ver con buenos ojos estas caricaturas y sus textos ofensivos,
cuando los árabes son uno de los sectores más marginados, empobrecidos y explotados
de la sociedad francesa, que han recibido históricamente un trato brutal: no se
me olvida que en el metro de París, a comienzos de los ‘60, la policía masacró
a palos a 200 argelinos por demandar el fin de la ocupación francesa de su
país, que ya había dejado un saldo estimado de un millón de “incivilizados”
árabes muertos. No se trata de inocentes caricaturas hechas por libre
pensadores, sino que se trata de mensajes, producidos desde los medios de
comunicación de masas (si, aunque pose de alternativo Charlie Hebdo pertenece a
los medios de masas), cargados de estereotipos y odios, que refuerzan un
discurso que entiende a los árabes como bárbaros a los cuales hay que contener,
desarraigar, controlar, reprimir, oprimir y exterminar. Mensajes cuyo propósito
implícito es justificar las invasiones a países del Oriente Medio así como las
múltiples intervenciones y bombardeos que desde Occidente se orquestan en la
defensa del nuevo reparto imperial.
El actor español Willy Toledo decía, en una
declaración polémica -por apenas evidenciar lo obvio-, que “Occidente mata
todos los días. Sin ruido”. Y eso es lo que Charlie y su humor negro ocultan
bajo la forma de la sátira.
No me olvido de la carátula del N°1099 de Charlie Hebdo, en la
cual se trivializaba la masacre de más de mil egipcios por una brutal dictadura
militar, que tiene el beneplácito de Francia y de EEUU, mediante una portada
que dice algo así como “Matanza en Egipto. El Corán es una mierda: no detiene
las balas”. La caricatura era la de un hombre musulmán acribillado, mientras
trataba de protegerse con el Corán. Habrá a quien le parezca esto gracioso.
También, en su época, colonos ingleses en Tierra del Fuego creían
que era gracioso posar en fotografías junto a los indígenas que habian
"cazado", con amplias sonrisas, carabina en mano, y con el pie encima
del cadáver sanguinolento aún caliente. En vez de graciosa, esa caricatura me
parece violenta y colonial, un abuso de la tan ficticia como manoseada libertad
de prensa occidental.
¿Qué ocurriría si yo hiciera ahora una revista cuya portada
tuviera el siguiente lema: “Matanza en París. Charlie Hebdo es una mierda: no
detiene las balas” e hiciera una caricatura del fallecido Jean Cabut
acribillado con una copia de la revista en sus manos? Claro que sería un
escándalo: la vida de un francés es sagrada. La de un egipcio (o la de un
palestino, iraquí, sirio, etc.) es material “humorístico”. Por eso no soy
Charlie, pues para mí la vida de cada uno de esos egipcios acribillados es tan
sagrada como la de cualquiera de esos caricaturistas hoy asesinados.
Ya sabemos que viene de aquí para allá: habrá discursos de
defender la libertad de prensa por parte de los mismos países que en 1999
dieron la bendición al bombardeo de la OTAN, en Belgrado, de la estación de TV
pública serbia por llamarla “el ministerio de mentiras”; que callaron cuando
Israel bombardeó en Beirut la estación de TV Al-Manar en el 2006; que callan
los asesinatos de periodistas críticos colombianos y palestinos.
Luego de la hermosa
retórica pro-libertad, vendrá la acción liberticida: más macartismo dizque
“anti-terrorismo”, más intervenciones coloniales, más restricciones a esas
“garantías democráticas” en vías de extinción, y por supuesto, más racismo.
Europa se consume en una espiral de odio xenófobo, de islamofobia, de
anti-semitismo (los palestinos son semitas, de hecho) y este ambiente se hace
cada vez más irrespirable. Los musulmanes ya son los judíos en la Europa del
siglo XXI, y los partidos neo-nazis se están haciendo nuevamente respetables 80
años después gracias a este repugnante sentimiento. Por todo esto, pese a la
repulsión que me causan los ataques de París, Je ne suis pas Charlie.