Lector voraz. |
Juan Carlos Moya, ganó el premio Jorge Mantilla Ortega. La Fundación Nuevo
Periodismo Iberoamericano -fundada por Gabriel García Márquez- le otorgó una beca de estudios con Ryszard Kapuscinski, en Buenos Aires. Ha trabajado en prensa, radio y televisión, dirigido varias revistas y se ha desempeñado como asesor editorial. Ha dictado
seminarios de apreciación cinematográfica y literaria.
Durante catorce años, sus artículos y
estudios relacionados con arte y cultura han aparecido en periódicos, revistas
y editoriales del país. Es autor de la novela: Caballos en la niebla.
Cada libro es un
puerto, un infierno temido, un castillo o un proceso. Hay libros que agitan sus
palmeras salvajes ante nuestros ojos y otros que nos sumergen en un viaje al
fin de la noche. jcmoya2@gmail.com
Mi tiempo lo veo abocado a la literatura, a bucear en los mundos de escritores como Faulkner, Kafka, Balzac, Dickens… Con absoluta intimidad y silencio paso en la biblioteca de mi hogar, retirado en estas islas literarias, ayudado por la luz del sol en mis lecturas.
Prefiero leer a escribir. Aunque todas las mañanas
justifico mi vida con la escritura, cumplo con mi destino de escritor: ya no
puedo dejar de escribir, y pido salud y luz en mis ojos para hacerlo, hasta el
último día, como un niño que no deja de jugar, aunque ya haya caído la noche y me encuentre completamente solo.
Lo que lee. |
Estoy leyendo la novela Tifón de Joseph Conrad (Polonia
1857-Gran Bretaña 1924). Literatura ciento por ciento. Un viaje en barco hacia
lo más profundo del alma humana. Y una tormenta de oraciones, descripciones,
adjetivos, verbos, adverbios, diálogos, construcción de personajes y
atmósferas, manejo del tiempo, símiles, metáforas, incisos, una prosa atildada
y clásica, recursos y estilo propios de un maestro de la literatura, quien
cultivó el terreno de la ficción como única realidad y metáfora de la existencia.
Las altas olas de literatura de Conrad me placen y me
colman de ficción, sin dejar de entrever en la cerradura de su obra: la condición
humana.
Tifón es una hermosa odisea que relata la aventura de
un puñado de hombres abocado a zozobrar.
¿Una cita? Qué mejor que un pasaje de Tifón, donde se evidencia la estirpe del
maestro Conrad:
«El mar, aplastado por momentos por las ráfagas más
fuertes, se volvía a levantar, elevando los extremos del Nan-Shan en un
torbellino de espuma nevada, que en la obscuridad se prolongaba hacia adentro
de las barandas; y sobre esta sábana resplandeciente, tendida bajo la negrura
de las nubes, y que daba un resplandor azulado, el capitán MacWhirr alcanzaba a
ver algunas manchitas como de ébano; la superficie de las escotillas, las tapas
de las bodegas, las cabezas cubiertas de los cabrestantes, la base del mástil,
era todo lo que podía ver de su barco. El castillo del medio, tapado por el
puente donde el capitán se encontraba con su oficial, con la timonera cerrada, donde
el timonel gobernaba encerrado por temor a ser barrido junto con todo, semejaba
una roca de media marea como las que se ven en las costas. Era como una roca
distante con el agua hirviéndole a su rededor, bañándola, escurriéndose,
rodeándola, como la roca en medio de una marejada a la que se aferran los
náufragos antes de desprenderse de ella, sólo que ésta se levantaba, se hundía,
se bamboleaba continuamente, sin alivio, sin descanso, como una roca que
milagrosamente hubiera ido a la deriva, revolcándose en el mar.
La tormenta robaba al Nan Shan, con una furia
destructora, y sin sentido, velas arrancadas de sus cajetas, lonas aseguradas
doblemente que volaban, el puente barrido, los encerados trizados, las barandas
retorcidas, las defensas de las luces aplastadas, y desaparecidos dos de los
botes salvavidas. Habían desaparecido sin ser vistos ni oídos, como si se
hubieran derretido en un oleaje inesperado. Sólo más tarde, cuando otra
embestida del mar con su resplandor brillante hubo estallado sobre el puente,
Jukes pudo vislumbrar dos pares de pescantes de botes brincando negros y
siniestros en la obscuridad, una tira de aparejo remendada que volaba al
viento, y un cuadernal cabriolando en el aire; gracias a esto se dio cuenta
Jukes de lo que acababa de suceder a menos de tres metros de él.
Estiró el cuello hacia adelante buscando a tientas el
oído de su superior. Sus labios por fin lo encontraron, grande, carnoso,
empapado. Con voz agitada le gritó:
-Se nos están yendo los botes, capitán».
Anteriores: Diego Cornejo
Eduardo Varas
Aleyda Quevedo
Próximo: Rafael Lugo
Anteriores: Diego Cornejo
Eduardo Varas
Aleyda Quevedo
Próximo: Rafael Lugo