ALGUIEN LO TIENE QUE DECIR


OPINIÓN AJENA

Viste, el negocio es ser asambleísta (…), ese man ha comido hasta ahora, entre los tres hospitales, como USD 2 millones.
Uno de los mensajes en el teléfono de José Alfredo Santos (alias Chofer), uno de los hombres cercanos al exasambleísta preso Daniel Mendoza, en la trama de corrupción de la adjudicación de obras en Manabí.
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CON 'LOS CINCO SENTIDOS DEL PERIODISTA', según Ryszard Kapuściński (1932-2007).

22 personajes y sus aventuras históricas en un nuevo libro

Por Sebastián Ignacio Donoso Bustamante *
Álvaro Mejía Salazar, joven historiador y abogado riobambeño, se lanzó a la aventura sin par de investigar, escribir y publicar un libro de Historia titulado Hombres del XVI.
Y dentro de la materia histórica, incursionó en el difícil y particular género de la biografía, al ensayar las vidas de 22 personajes de entre los primeros pobladores y fundadores de la Provincia de Quito. Algunos reconocidos, sobre los que se ha dicho y escrito mucho, otros más bien desconocidos, cuyas vidas Álvaro desempolva con objetividad.
Hombres y españoles la mayoría, pero también dos notables indígenas principales de estas tierras, y mujeres -indígenas, criollas y mestizas-, las infaltables compañeras de esos valientes enfrentados a lo desconocido. Son, en su conjunto, como los llama Álvaro, los “genearcas”: padres ancestrales de todos, punto de partida de nuestras propias historias genealógicas...
Nunca dejará de sorprender el inmenso número de colombianos y ecuatorianos (quiteños en particular) que descendemos de Benalcázar, fundador de esta ciudad, y de varias de sus compañeras indígenas; al punto de que podemos llamarlo con justicia, así como a otros de sus camaradas de armas: padres de la nacionalidad ecuatoriana.
Escribir de forma objetiva sobre conquistadores y conquistados, sobre el proceso de conquista -que prefiero llamar “de superposición cultural y sincrética”-, a partir de la llegada y establecimiento de los europeos en América, es de por sí un mérito que merece reconocimiento, pues implica para cualquier autor sumergirse en aguas pantanosas.
Y es que NO nos gusta la conquista, y menos aún el periodo hispánico, -mal llamado “colonial”-, porque fuimos víctimas de una educación cargada de ideologías y prejuicios, cuyo trasfondo no fue enseñar la verdad histórica basada en documentos y vestigios, sino interpretada de forma servil a proyectos políticos coyunturales. En un afán por darnos “identidad ecuatoriana”, muchos políticos y educadores se han dedicado a “deshispanizarnos”, y con ese objetivo nos inculcaron como “verdades” arcaicas leyendas con poco asidero histórico, construidas en el siglo XVI por los enemigos de España. Me refiero a “la leyenda negra” y a la del “buen salvaje”. Álvaro aborda ambas con documentos en mano, para sacarlas de la Historia y ponerlas en el sitio que les corresponde: el de los mitos.
Y es que estos tendenciosos cuentos, escritos por quienes anhelaban ser España y reproducir su eficiente administración en los nuevos territorios americanos, no son más que curiosidades antropológicas, que en su creación sirvieron para fines políticos, y fueron desempolvadas a inicios del siglo XX y elevadas a “verdades” por políticos y educadores ignorantes, que con ello hicieron un terrible daño a la identidad de los ecuatorianos.
La “leyenda negra” y la del “buen salvaje”, elevadas a la categoría de “materias obligatorias” en universidades y colegios del Ecuador a lo largo del siglo XX y aún en las primeras décadas del XXI, no han dado una sola respuesta a las innumerables interrogantes sobre nuestra identidad, y por el contrario, nos han confundido, llenándonos de complejos y resentimientos con nuestro propio pasado histórico y nuestros “genearcas”.
Es por ello que solapadamente huimos de los más de tres siglos de período hispánico, que nos hicieron creer oprobioso y oscurantista, vil reflejo en América de los peores vicios del medievalismo europeo; para buscar nuestra identidad ecuatoriana en un incario idílico, fruto de románticas plumas contemporáneas sin base documental, en la gran República del Ecuador nacida en 1830, cuando nuestra identidad ya estaba forjada, y peor aún en proyectos políticos contemporáneos poco originales y representativos, de corte totalitario disfrazado de revolucionario, con menos de una década de existencia.
Álvaro estudia y desmitifica a los conquistadores, a los conquistados y al proceso de conquista, y lo hace con especial pasión por desentrañar la verdad objetiva de los hechos a la luz de documentos. En sus páginas desaparece el común denominador del conquistador victimario y el indígena victimado.
Contradiciendo lo que nos enseñaron, nos cuenta de conquistadores buenos y justos, de otros crueles y perversos, y del conquistador ajusticiado a quien le extrajeron los ojos. Nos relata acerca de los que vinieron a “hacer la América”, y luego abandonaron por siempre esta tierra para gozar de su fortuna en la vieja España; y de los que se quedaron y formaron familia criolla o mestiza en la Provincia de Quito.
Esta obra rompe también con esas barreras regionalistas que han distorsionado nuestra historia, al incluir biografías de personajes fundadores de poblados a lo largo y ancho de Ecuador y del sur de Colombia: Cuenca, Chambo, Guayaquil, Latacunga, Pasto, Popayán, Portoviejo, Puná, Riobamba y Quito, son escenarios en donde se desenvuelve esta historia del siglo XVI.
En sus páginas hay indígenas que pelearon y resistieron, unos justos y otros desalmados. Pero sobre todo destacan aquellos que hicieron amistad con los castellanos, aceptaron su autoridad, y con ello el inevitable mestizaje. Esos padres nuestros que muchos tildan de traidores, y cuyos hechos merecen en esta obra una interpretación alternativa, que apela al buen juicio y practicidad con los que vivieron. Son quienes no constan en las páginas oficiales de gloria nacional porque no “se inmolaron con el tesoro ante la inminente derrota”, sino que compartieron una parte y mantuvieron lo demás para sí, sus tribus y descendientes. Álvaro reivindica a aquellos indígenas no considerados héroes por el simple hecho de que escogieron hispanizarse, un acto de traición para la historiografía oficial.

Mejía Salazar pertenece a una generación de historiadores ecuatorianos jóvenes que busca rescatar la historia auténtica, guiado por la luz de la interpretación objetiva y contrastada de los documentos.
Forma parte de un grupo que no busca denostar a nadie y rechaza de plano la historia ideologizada y al servicio de proyectos políticos. Una generación que busca la identidad ecuatoriana en donde surgió: el período hispánico, que hoy nos urge reivindicar y rescatar de mediocres interpretaciones, para reescribirlo con imparcialidad.
El origen de la heterogénea nacionalidad ecuatoriana está en las vidas de esos 22 hombres y mujeres, y de muchos otros -como el alférez real Sancho de la Carrera-, de cuyas vidas esperamos ansiosamente leer en un segundo volumen que nuestro laureado autor ya está preparando.
Estas 22 biografías cortas son desmitificadoras y reveladoras en todo sentido. Lo son porque su autor ha escudriñado en lo más profundo de los archivos para hallar los documentos que revelan las personalidades y hechos de las vidas de los biografiados.
Fruto de un trabajo de investigación excelente y minucioso, este libro contiene aportes verdaderamente novedosos. Álvaro ha releído documentos conocidos, a los que da una nueva interpretación, pero su avidez de conocimiento también lo llevó a archivos inexplorados por otros investigadores. Me refiero especialmente al de la Casa Ducal de Alba, situado en Madrid. Es ahí y en el Archivo de Indias de Sevilla, en donde encontró lo que quizás sea el mayor aporte de su obra: las cédulas reales en las que se conceden armas a conquistadores y caciques, sobre la base de sus méritos personales.
El autor -experto en heráldica como pocos ecuatorianos-, reproduce por primera vez los escudos originales y describe las armas propias que cada señor pidió al rey. La simbología heráldica, como nos explica, es típicamente europea y tradicionalmente castellana, y alude a méritos y virtudes personales y a eventos notables en la vida de cada caballero armado.
Aquí me permito compartir un notable descubrimiento y conclusión personal. Hay un conquistador que sorprende al combinar en sus armas hojas de parra con mazorcas de maíz, cereal americano desconocido en Europa hasta el siglo XVI, pero fundamental en la dieta y la cultura indígenas. Se trata del primer elemento americano incorporado a un símbolo tan europeo como lo es un escudo heráldico. Aquí vemos los primeros destellos de un sincretismo cultural que dio luz, a lo largo de más de tres siglos, a una identidad propia: la ecuatoriana, y más ampliamente, la hispanoamericana.
Los conquistadores y caciques que pidieron armas no solo buscaron perpetuar simbólicamente su memoria con ellas, sino también fundar linajes. Como prueba de ello hay un hecho revelador: muchos de estos hombres fueron hidalgos con armas de sus estirpes españolas. Sin embargo, pidieron al rey la concesión de armas propias e individuales, distanciándose y diferenciándose de las usadas tradicionalmente por sus familias en España.
Cabe entonces preguntarse: ¿Cuándo buscaron fundar linajes propios en América, pensaron que se convertirían en los “genearcas” que resultaron ser? Si es así, queda probado que hemos buscado la identidad ecuatoriana en momentos equivocados de nuestra Historia, pues ésta se forjó desde la propia conquista, a partir de las vidas de esos Hombres del XVI.
* Abogado y escritor. Autor de los libros Piratas de Guayaquil y Piratas en Galápagos.

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