No conocí a Pepe Cornejo, a quien mataron en la vía pública el 20 de noviembre pasado. Pero sí a Diego, su hermano y colega. Y con lo buena persona y excelente profesional que es, no dudo de la bondad y honestidad de aquel.
Tampoco he acompañado al grupo de familiares de víctimas de la violencia en la concentración periódica de La Carolina, aunque la apoyo plenamente. Como dicen ellos, “al dolor de su ausencia, se suma la indefensión y el quemeimportismo”.
A mi me asaltaron a mano armada y robaron otras veces. ¿A cuánto estuve de la muerte? ¿Y usted?...
Es curioso pero cierto que al dolor por la pérdida del ser querido, se sume la indignación por la inoperancia en la investigación, si es que ésta se cumple, ya que, según Diego, “hasta hoy, ni el Estado, ni el Gobierno, ni el presidente de la República, ni la Policía tienen una respuesta”. Agregó que, “Rafael Correa ni siquiera se molestó en leer la carta que le envié hace tres meses”. Claro, es oportuno recordar que Pepe no estaba casado con asambleísta alguna, ni era influyente en el ámbito del poder. Pero no por ello, era menos persona, aunque en la actual crisis de valores, ser buena persona, no resulte ser lo más importante.
¿Es que la vida de las personas vale según su cargo, lo que tiene o lo que es y hace?