En el Centro
Cultural Metropolitano de Quito está abierta la exposición de la japonesa Yoko
Ono (Tokio, 1933), Universo Libre. En cuatro salas y con una inversión desconocida, al menos, para mí hay 50
obras, entre objetos, instalaciones, videos y registros sonoros creados desde 1960.
Entre varios documentales, está Culos, de 1966. 80 minutos de culos de todo
tipo y género, en blanco y negro. Otro donde Yoko aparece en primer plano y
alguien con una tijera corta sus ropas, incluyendo el brassier, y la deja con una
mano en cada seno. Otro, Mosca, 1970, en el que a una mujer desnuda la cámara
recorre hasta sus oquedades más ocultas, mientras se ven moscas posando en su
cuerpo. Cientos de tazas rotas de porcelana, donde el visitante puede
intervenir reuniendo algunos trozos. Una gran cruz de madera con cientos de
clavos. Y la “creación” sigue…
Resurgiendo, es una sección participativa, que recoge testimonios de mujeres víctimas de violencia de género. Esto sí es algo serio, dentro de tanda banalidad.
Hace muchos años, el celebrado escritor Tom Wolfe, leyendo una crítica sobre una exposición, se indignó tanto que terminó escribiendo el libro “La palabra pintada”, donde describe el curso errático del arte moderno. Según Wolfe, “el arte moderno se ha convertido, inconscientemente, en una parodia de sí mismo, obsesivamente devoto de ciertos críticos-gurús hasta llegar al absurdo”.
Salvando las distancias, de fama y talento, a mí me pasó algo parecido, y al menos, comparto estas líneas. Aprovechen a visitar la exhibición hasta septiembre. Formen su propia opinión, y en especial, compártanla, aquí o donde sea, para que otras opiniones, por muchas o pocas que sean, no se den por definitivas.
Resurgiendo, es una sección participativa, que recoge testimonios de mujeres víctimas de violencia de género. Esto sí es algo serio, dentro de tanda banalidad.
Yoko no vino
al país y envió un mensaje. Si hubiera venido capaz que repetía su criticada
performance en el MoMa
de Nueva York, donde hace un tiempo en una sala comenzó a gritar en un
micrófono, mientras se podía ver las caras de los pocos asistentes,
preguntándose, seguramente: ¡¿Qué es esto?!
Hace muchos años, el celebrado escritor Tom Wolfe, leyendo una crítica sobre una exposición, se indignó tanto que terminó escribiendo el libro “La palabra pintada”, donde describe el curso errático del arte moderno. Según Wolfe, “el arte moderno se ha convertido, inconscientemente, en una parodia de sí mismo, obsesivamente devoto de ciertos críticos-gurús hasta llegar al absurdo”.
Salvando las distancias, de fama y talento, a mí me pasó algo parecido, y al menos, comparto estas líneas. Aprovechen a visitar la exhibición hasta septiembre. Formen su propia opinión, y en especial, compártanla, aquí o donde sea, para que otras opiniones, por muchas o pocas que sean, no se den por definitivas.