Era un país de ratones. Llevaban una vida muy parecida
a la de los humanos. Hasta tenían un gobierno con Poder Ejecutivo,
Judicial y un Legislativo, formado por una Cámara de Diputados y una
Cámara de Senadores. Cada cuatro años iban a las urnas a colocar la
papeleta. Incluso conseguían locomoción que los llevaba hasta los
locales de votación y los devolvía a sus casas. Un servicio, claro, que
se ofrecía cada cuatro años. Cada cuatro años los ratones iban a las urnas
a elegir el gobierno de su comunidad. Pero los candidatos eran siempre,
curiosamente, “enormes y gordos gatos negros”. Era extraño que ratones
eligieran un gobierno de gatos, pero era así. Los gatos se mostraban
como buenos compañeros y aseguraban que conducían al país con dignidad y
honestidad. Es cierto que aprobaban buenas leyes… Buenas para los
gatos, claro, porque si eran buenas para los gatos no eran tan buenas
para los ratones. Una de las leyes, por ejemplo, establecía que las
puertas de las ratoneras iban a ser más grandes para que los gatos
pudieran meter la pata en ellas. Otra ley fijaba límite de velocidad
para los ratones… lo que facilitaría a los gatos conseguir el desayuno,
sin demasiado esfuerzo físico. Cuando la vida se hizo más y más difícil
para los ratones decidieron que algo había que hacer. Fueron en masa a
las urnas y votaron en contra de los gatos negros. Pero eligieron gatos
blancos. Los gatos blancos habían realizado una gran campaña.
Prometieron que las bocas de las ratoneras no serían curvas sino
rectangulares. Y lo hicieron. Las puertas fueron más grandes incluso… y
los gatos podían meter las dos patas delanteras, juntas. La cosa se
volvió todavía más difícil. Y cuando los ratones no soportaron más
votaron contra los gatos blancos y se decidieron de nuevo por los gastos
negros. Y como la cosa seguía igual, probaron con gatos mitad blancos y
mitad negros. Y con gatos blancos, pero con pintas negras. Y gatos
negros con pintas blancas. Pero, el problema no estaba en el color de
los gatos. El problema era que ¡eran gatos!. Y como eran gatos velaban
por los intereses de los gatos y no de los ratones. Hasta que un día, en
una asamblea de ratones, apareció un ratón y dijo que tenía una idea.
Todos se dispusieron a escucharlo. Él le dijo a los otros ratones:
“¿Porqué seguimos eligiendo un gobierno conducido por gatos?. ¿Porqué no elegimos un gobierno conducido por ratones?.Todos se miraron y abundaron los gestos de sorpresa, extrañeza, incredulidad. Hasta que por amplia mayoría se rechazó la moción y cayeron todo tipo de acusaciones y descalificaciones sobre el osado ratón. La sentencia fue inapelable: el ratón terminó preso y le suspendieron todos sus derechos ciudadanos…
Basado en la fábula Mouseland del activista escocés-canadiense Thomas Douglas (1904-1986).